martes, 4 de diciembre de 2007

La noche que murio santa clos

quiero agradecer por la primera colaboracion para el especial -la muerte de santa- por Arabe

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La noche había llegado lenta desde hace varias horas. El se encontraba sentado en su sillón frente a la chimenea apagada, como también lo estaban las luces de su casa.

Este invierno era inusualmente cálido y pensó que seguro se debía a la polución, a la capa de ozono, al efecto invernadero o a alguna otra de las razones con la que los científicos nos asustan. El estaba convencido de que todo era una conspiración y aún así no negaba el cambio en el clima y la prueba se hallaba frente a sus ojos, en esa chimenea sucia y sin vida.

En la oscuridad se sentía más alerta, más vivo y más fuerte. Se exaltaban sus sentidos y pensaba que su cuerpo se transformaba en un felino. Que en cualquier momento la barba de un día se extendería hasta convertirse en perfectos bigotes, que podría mover sus orejas hacia atrás y hacia delante y que podría saltar grandes distancias sobre alguna presa.

Sobre la mesa, junto a un vaso a medio tomar de whiskey estaba el frasco de las medicinas. Los doctores le decían que no debía tomarlas con alcohol pero hacía mucho que no hacía caso a lo que ellos decían. Llevaba 27 años tomándolas.

Había que reconocer que los fármacos eran mucho mejores ahora, sin menos efectos secundarios y con dosis mas controladas. Aún así no les perdonaba a sus padres que cuando era solo un niño lo hicieran tomar pastillas para la esquizofrenia. Como tampoco les perdonó que la puerta de su cuarto tuviera un candado por las noches (Un psiquiatra les dijo que según los resultados su psique no tendía al suicidio sino a la agresión, así que debían tomar precauciones). Pero lo peor de todo era que no celebraran la navidad. La única celebración que añoraba y deseaba con toda su alma.

- Pero hijo, nosotros somos judíos. Decía su padre.

- Además hijito, nosotros tenemos hanuka. Decía su madre.

- Yo quiero tener un árbol y me gustan las luces. Replicaba

- Hanuka es la fiesta de las luces, primor, y te tocarán 12 regalos en vez de sólo uno. No es fantástico?

El pensaba que no importara que fueran judíos, de todas maneras la navidad no tenía nada que ver con el nacimiento de Jesús. Ni el árbol, ni las luces, ni las galletas recién horneadas. Por que no podían celebrar navidad?

Aprendió a escaparse por la ventana de su cuarto en las noches, durante la época navideña, para caminar por el vecindario y ver las decoraciones decembrinas de los vecinos.

Durante la adolescencia fue enviado a un hospital psiquiátrico ya que sus padres no podían controlarlo más. Ahí permaneció varios años hasta que fue dado de alta (en realidad su madre había muerto y su padre vuelto a casar, así que no había quien pagara las cuentas) y el se había vuelto un maestro en violar cerraduras por lo que el administrador del nosocomio le dio una recomendación para trabajar de cerrajero.

Su vida transcurrió monótonamente, se dedico al trabajo de día y a beber de noche. Al principio adolecía por la soledad, pero poco a poco se fue entumeciendo y prefiriéndola al contacto con la gente, al pasar de los años sólo entablaba alguna conversación con otro ser humano en caso de que fuera estrictamente necesario.

Se había quedado dormido? No, no le parecía que hubiera sucumbido al sueño. Tal vez solo los recuerdos le habían hecho caer en un extraño letargo. Fue ese un ruido en el techo? Malditas ardillas, se comían el material aislante o se lo robaban para sus nidos. Ese ruido no era de ardillas, lo podía comprobar con sus orejas de gato, alguien estaba en el techo. Rápidamente tomo la escopeta que escondía en un closet a la entrada de su casa y regresó a la sala con un puñado de cartuchos para después introducir dos en la cámara del arma.

Podía escuchar el repiqueteo del reloj de la cocina. También el tráfico lejano en la autopista. Podía distinguir cuando crujía el piso debajo de la alfombra al cambiar su peso de un pie a otro. Abría mucho los ojos como si eso le ayudara a escuchar mejor. Pero aquel ruido no lo percibía nuevamente.

Se tiro en el sillón con la escopeta estrangulada con ambas manos, el índice ligeramente sobre el gatillo, los pelos de todo el cuerpo erizados, la quijada tensa, la mirada atenta.

De repente lo volvió a escuchar, pero ahora no provenía del techo sino de la chimenea.

Un chirrido deslizándose por el tiro. De un solo salto se encontraba de pie apuntando al hogar y vio una polvareda de hollín que se esparcía dejando a la vista la cabeza de un reno. Un reno! Que salto hacia la sala y la primera ráfaga de escopeta lo encontró en el aire antes de que sus pesuñas pudieran manchar la alfombra.

La misma fortuna encontraron los otros 7 que se abalanzaban desde la boca de la chimenea.

Tras ellos, grande, gordo y viejo llegó Santa Clos que fue recibido con la misma bienvenida que sus renos. Con los ojos desorbitados ante la sorpresa, las manos al frente para detener al loco que le apuntaba al pecho y pidiendo clemencia, Santa Clos trató de escabullirse nuevamente pero lo tiró del cinturón con tal fuerza que cayo de espaldas al piso. Lo detuvo con un pie sobre su pecho como se haría con cualquier sabandija y volvió a apuntarle.

- Nunca te detuviste en mi casa cuando era niño, maldito panzón, por eso creían que imaginaba cosas cuando llegaba la navidad y les decía a mis padres que te había visto.

El rojo de su traje disimulaba la sangre que emanaba de dos balazos de escopeta.

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