Por el amor de una mujer

Había decenas de cartas tiradas por toda la alfombra y unas cuantas que lucían manchas de lagrimas, sangre o de la mezcla de ambas. Las ventanas estaban cerradas y las gruesas cortinas se encargaban de prohibir el paso a cualquier rastro de luz, lo único que iluminaba el cadáver era una delgada línea luminosa que pasaba por debajo de la puerta de la recamara, había tres hombres afuera y varias monjas que lloraban entre rezos y murmullos, el cerrajero no tardo en llegar y fue mucho mas hábil con la cerradura que lo que los torpes religiosos eran con el rosario.


Finalmente abrió la puerta, todos se empujaron para entrar de golpe, puesto que los medios no tardarían en llegar con sus indiscretas cámaras, nadie quiere que hagan preguntas hirientes, que metan sus impías lentes a ultrajar el sitio donde se encontraba este gran hombre. Nadie quiere ver imágenes en el periódico de mal gusto con pie de foto diciendo: 'El cardenal suicida'


Tomaron apresuradamente la cartas escritas a mano, con tinta sobre papel rustico !Que delicadeza! no solo eran cartas de amor, eran un verdadero trabajo artesanal firmadas siempre con letra exquisita por -tu amada Helena-


Levantaron el abrecartas manchado de sangre con el que había cortado a manera de estigma sus muñecas, sus pies y finalmente clavado en un costado, lo dejó a un lado de su crucifijo, su mitra y la sotana.


Su cuerpo por primera vez quedo al descubierto entre la sorpresa e incredulidad de los presentes hasta que. luego de unos segundos la más anciana de las monjas le cubriera al cardenal aquellos senos frondosos y su expuesto sexo de mujer.