miércoles, 4 de febrero de 2009

La cabeza


Aquella era una casona antigua, los portales en forma de arco daban una vista perfecta a las vecindades y chozas situadas a la derecha, todas estaban pintadas de amarillo y mostaza, me parecía que lo que duraba el atardecer todo aquel ambiente estaba pasado por un filtro ámbar, un paisaje casi monocromático.

El anciano llevaba enfermo mucho tiempo, lo supe por las llagas que la cama le hizo en los brazos y las piernas, no por que conociera las circunstancias, es más, nunca supe como fue que llegué a aquel lugar, ni cuanto tiempo llevaba en él, mi única certeza es que yo no pertenecía ahí. No obstante sentía la responsabilidad (¿simpatía?) con las enfermeras de ayudarlas a cambiar al viejo, y con éste, sentía un vínculo extraño, pero calido, como de quien resulta ser un familiar lejano y desconocido, pero que lleva tu mismo nombre. Su cabeza era enorme, desproporcionada al cuerpo pequeño y enclenque, como agobiado por una enfermedad o una pena de años.

Cuando sostuve su cuerpo de lado para que ellas cambiaran la sabana, sentí su aliento sobre el antebrazo, era frío y me heló la sangre; contuve el impulso de soltarlo y de gritar, las enfermeras no notaron mi turbación y siguieron atendiéndolo; minutos mas tarde tomando sus muñecas me anunciaron que había muerto; todos mostraban tristeza por lo que sentí culpa de mi insensibilidad, pero ¿qué podía hacer? Yo no lo conocía a él ni a los deudos en caso de haberlos, ni a nadie en el lugar; por eso cuando llegó el hombre joven, de traje negro (que lo hacia resaltar en el ámbar ambiente) que al parecer era su pariente, me sorprendí con su petición de permanecer durante la lectura del testamento.

Me quedé recargada sobre un muro, viendo como las enfermeras continuaban limpiando el cadáver, una curiosidad irracional me hizo acercarme; fue entones cuando el cadáver habló; dijo: ¡NO! Más fuerte de lo que sus pequeños pulmones podrían haberlo permitido. Retrocedí dos pasos, las enfermeras apresuradas corrieron tomar de nuevo los signos vitales, corazón, pulso, aliento, nada.

Se miraron entre ellas y luego me concedieron otra mirada a mí, como quien trata de calmar a un animal para que no se escape:
-Tranquila, no pasa nada-

No pude decir palabra, me quedé petrificada en el mismo muro que estuve minutos antes, sentía mi espalda cubierta y tenía una vista periférica que me otorgaba cierta seguridad; y el cadáver habló, dijo -¡NO!- nuevamente y esta vez mas fuerte; yo comencé a buscar con los ojos alguna manera de salir de ahí.

El hombre del traje hablaba con las enfermeras con actitud de urgencia.

-tenemos que hacer algo- les dijo, y ellas no dieron respuesta audible, pero a los pocos segundos escuche un golpe metálico, al volverme hacia donde estaban ellos vi delante mío la camilla con sabana blanca, las enfermeras a lo lados y el cadáver decapitado; la cabeza estaba sobre la sabana que cubría el resto de su cuerpo.

No lograba entender lo que habían hecho, ni entendía la tranquilidad con que la gente ya reunida debajo de los portales observaba todo; el pariente de traje negro saco una hoja en blanco y comenzó a leer lo que aparentemente, sólo el veía.

‘’Mi cabeza será puesta en quien verá lo que yo veía, verán las almas, los corazones, las malas acciones, los engaños, los robos….’’

Y aquella lista detallada de cada crimen potencial continuaba; yo seguía consternada por ver la enorme cabeza como un florero en una mesa de lujosos ojos entrecerrados, las canas largas, la boca abierta.

Nada de lo anterior fue tan tenebroso como lo que pasó mientras miraba la cabeza; ésta comenzó a levitar, se acerco a mi cara y yo, sin poder moverme sentí como me coronaba primero, y luego cubría la mía propia como un casco; podía ver por el hueco de los ojos ahora abiertos, y ahí estaba la gente impávida, el sol terminando de ocultarse; y a mi lado al hombre del testamento, ahora sin camisa, su pecho desnudo; voltee hacia las vecindades, y con detalle distinguí a dos hombres que habían estado siempre ahí. Pero sus ropas lucían distintas, ahora eran trajes de payaso, sin colores llamativos, todo negro; mi boca dijo las palabras que el muerto quiso: ellos nos han robado.

No obstante, no haber señalado a nadie, supieron que se trataba de ellos y corrieron entre los callejones ya con tres vecinos tras ellos, armados con una oz.

Volví la cara a donde estaba el grueso de la gente, me miraban con agradecimiento, en paz; y marcharon a sus casas con el mismo espíritu, en silencio, y el sol terminó de iluminar cuando la última puerta se había cerrado. Alrededor mío ya no había hombre de pecho desnudo, ni enfermeras, ni camilla con cadáver.

Me pregunto si aquél ‘NO’, era su resistencia a la muerte; su decreto sobre mi incapacidad de seguir con su legado, o si acaso creía que esta herencia debía terminar a la par de su vida; no había respuesta a mis preguntas entonces, ni las habría después.

Levante las manos a la altura de este casco que cada vez se sentía mas cómodo, estaban mas secas y gastadas que nunca; mis pies, mis rodillas dolían como por un cansancio acumulado, del que no habría reposo, una mujer desconocida trajo a mi lado una silla de ruedas, con extrema amabilidad me llamó cariño y me ayudó a sentarme, me llevó a mi recamara, desde la cual observo todo -y a todos-, en la cual he vigilado los corazones y las almas desde hace mas de 400 años.


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la chica que eventualmete interpreta mis sueños piensa que este particular habla sobre mi miedo a envejecer, yo sé que la vejez traerá sabiduría, pero también traerá la muerte.

Nuestro siquiatra imaginario aceptó de buena gana dicha interpretación.

besos encarnados.
Poesia.

3 comentarios:

marichuy dijo...

Ups, yo de interpretación de los sueños no sé nada. Pero tu sueño me pareció alucinante... como de película literalmente.

Yo siempre sueño puras bobadas, nada así de interesante.

Saludos sin sueño

La Guera Rodríguez dijo...

Entonces eso fue un sueño?
dentro de lo desconcertante fue demasiado coherente, no?...me pasa como dice Marichuy, ningun sueño interesante y lo peor es que al despertar ni recuerdo lo que soñé.

Besos!

Diana

JP dijo...

-- poesia, la muerte es efectivamente un traje que te ajustas a tu cabeza, y claro que los muertos hablan, dicen lo que tu acabas de nombrar: todos somos la sepultura de sus recuerdos

Ironía, sarcasmo, humor negro, sexo, amor y desamor, cine, libros, música, mujeres, locura, amargura y cosas peores