domingo, 9 de diciembre de 2007

Roja Navidad

Gracias a la lesbiana invitadade hoy: Enrique Moran por su participacion en este blog.
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La cinta amarilla puesta por la Policía no dejaba que los curiosos se acercaran a la escena del crimen.

La gente que caminaba por la zona cargando sus regalos navideños no podía apartar la mirada de ese lugar y muchos morbosos se arremolinaron para ver lo que había pasado.
El comandante Barbosa caminaba de un lado para otro tratando de imaginar qué había ocurrido en ese sitio.

En la calle de 5 de Mayo, en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, yacía muerto un hombre; había sido apuñalado por la espalda y rematado a piquetes en el cuello.
Lo raro del caso era no lo habían robado. Pero lo más curioso de todo es que aquella víctima, vestía un traje… de Santa Clós.
Al revisar sus pertenencias, los peritos de la Procuraduría hallaron una pista, el hombre tenía una credencial que lo acreditaba como empleado de una tienda departamental. Ese señor era el encargado de tomarse las fotos con los niños vestido de Santa Clós.
El detective empezó a buscar alguna hipótesis del crimen. ¿Homicidio pasional? ¿Ajuste de cuentas? ¿Venganza…de los Reyes Magos?
Parecía que el expediente de ese homicidio iría a parar a la “reserva” o al archivo de los casos sin resolver.
Barbosa terminó de fumar su cigarrillo, pisó la colilla y subió a su auto para dirigirse a la comandancia.
Al día siguiente el timbre de su celular lo hizo saltar de la cama. El comandante enfurecido vio que eran las 5:00.

“Jefe, jefe, ya van dos” se escuchaba por el auricular del teléfono.
Un agente le reportaba a su superior del hallazgo de un cadáver en Francisco I. Madero. Pero no era cualquier cadáver, sino otro hombre vestido de Santa Clós que había sido apuñalado.
La víctima era un empleado de un restaurante, quien con su disfraz rojo y blanco, y una campana, invitaba a los transeúntes a pasar al hostal.
El hombre recibió cinco puñaladas en el vientre y no tuvo tiempo de defenderse.
Apenas acababa de llegar al lugar del homicidio cuando del radio del policía se escuchó una voz alterada.

“Comandante, comandante, otro Santa Clós”
El policía contestó algo irritado: “Ya sé, ya sé, estoy en el lugar, aquí en Madero, afuera de los bisquets”.
La voz al otro lado del radio hizo que se le erizaran los cabellos: “No jefe es otro Santa Clós muerto. Un tercero. Está en el Monumento a la Revolución”.
El temor de Barbosa se hizo realidad. Un nuevo asesino serial se había presentado en México.
¿Acaso se había vuelto una moda?
El año pasado habían capturado a Raúl Osiel Marroquín Reyes, un sujeto que despectivamente apodaban “El Matalilos” pues se dedicaba a cortejar homosexuales para luego secuestrarlos y matarlos.

Meses antes, ocurrió la captura de Juana Barraza, la famosa Mataviejitas, quien se dedicada a asesinar a mujeres de la tercera edad.
El último y más tenebroso caso fue la detención de José Luis Zepeda, mejor conocido como El Poeta Caníbal, quien mataba a sus novias, las descuartizaba y luego se comía su carne.
Pero para Barbosa el nuevo caso rayaba en lo absurdo.
¿Un asesino serial de Santa Closes?
Los principales periódicos pusieron la noticia en primera plana. En las esquinas los voceadores vendían el periódico Metro como pan caliente. Toda la gente se conmocionó con el caso.
Ahora Barbosa se enfrentaba a convertirse en un gran investigador al resolver estos crímenes o quedar en el ridículo por quedar impunes.
¿Quién podría ser el homicida? ¿Un maniático fetichista? ¿Otro loco en busca de fama?
Lo cierto es que no podía permitir que se presentara otra muerte más.
De pronto a Barbosa se le ocurrió una idea que en primera instancia le pareció absurda. Pero pues para un caso ilógico, tal vez una medida ilógica podría servir.
Decidió disfrazarse del panzón del Polo Norte y acudió a los puestos donde los Santa Closes se toman las fotos con los niños en el Monumento a la Revolución.
No fue difícil conseguir un disfraz, pues ante el temor de acabar con la barriga agujereada, muchos actores que posaban para la foto, optaron por no interpretar a San Nicolás.
Sin que sus compañeros de la corporación se dieran cuenta por temor a las burlas, Barbosa se dirigió al baño de un Sanborns para disfrazarse.
En su patrulla dejó su ropa, pero bajo su cinturón de peluche rojo y con hebilla dorada, guardó la potente pistola calibre 45 milímetros con 9 tiros útiles. Tenía pensado usarla sin vacilar. No quería matar al homicida, pero sí pensaba meterle un par de plomazos a las piernas y darle mayor dramatismo a su captura.
Pasaron las horas y al comandante le dolían los pies de tanto caminar por la zona de la Alameda.
Ya empezaba a oscurecer y pensaba que aquella idea era una tontería.
Tenía la boca amarga y el frío invernal empezaba a calarle los huesos.
Por ningún lado veía a alguien que pareciera un asesino serial. Lo único que consiguió es que madres con sus hijos se le acercaran para platicar. Aquella rutina ponía de malas al policía, pues no era muy paciente con los niños.
De pronto vio que un pequeño jovencito como de 12 años de edad que cargaba una canasta en la que vendía dulces y cigarros. Barbosa pensó llamarlo para comprarle unas pastillas de caramelo, pero antes de hacerlo el niño se dirigió directamente a él.
El comandante trató de pedirle los dulces al vendedor pero el jovencito se le adelantó.
“¿Ahora sí me vas a traer el carro de control remoto que te dije?”, dijo el niño en tono amenazante.
“Si no me lo traes te voy a volver a agujerear la panzota”, agregó el pequeño, mientras mostraba un picahielo manchado de sangre que ocultaba junto a la canasta.
Barbosa se quedó helado de la impresión. No se esperaba aquello.
En ese momento no vio a ese joven como un asesino serial que empuñaba su arma, sino a una víctima de la sociedad, a un niño marginado que era presa de las adicciones, y la pobreza lo obligaba a trabajar.
El comandante, se acercó cauteloso al niño y le dijo que lo llevaría por su regalo para que él mismo lo escogiera.
En un discreto movimiento le quitó el picahielo y lo tomó de la mano para caminar hacia la patrulla.
Sabía muy bien que esa criatura la llevarían a un albergue y sería tratado por trabajadoras sociales antes de determinar su situación legal.
Antes de llegar a la agencia del Ministerio Público, Barbosa se detuvo con el niño en una juguetería, pues pensaba cumplir su promesa y después cumpliría con su deber.
Por un instante, antes que policía, quiso ser Santa Clós.
EM

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