lunes, 11 de agosto de 2008

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero



Sacks nos escribe un libro de 24 casos clínicos extraños hasta para el neurólogo (Doctor en neurología, ¿que tal?) que él es.

A pesar de ser alguien con conocimientos tan profundos en un tema que no es justamente platica de sobremesa, Sacks se enfoca en el hombre mas que en la clínica como tal, y permite que podamos entender un poco lo que sucede en mundo de cada enfermo. Por que ciertamente, cada enfermo es un mundo completamente distinto a los que (se supone) tenemos mentes sanas
¿Dije mentes?
Algo que me cautivó de manera especial de este libro (que ya es decir mucho) fue la apertura que tiene el autor, le permite ver al hombre de manera integra.
No hay cerebros sin mente, no hay cuerpos sin alma, la complejidad del humano es mas que un accidente fisiológico, los problemas de salud no son errores biológicos, o impulsos eléctricos en el lugar incorrecto, Sacks demuestra que incluso los científicos pueden ser dogmáticos al practicar –en este caso- medicina como una religión que no tiene espacio para aquello que no se encuentre escrito en un libro de la materia
Sacks integra lo que nos compone, lo comprende, lo atiende.

Y así conocemos patologías que impiden a los sentidos comunicarse con el resto del cuerpo, otras que no permiten tener consciencia del yo, del tiempo, del pasado, de los demás, de nuestro propio cuerpo, y que hacen al lector darse una idea de lo frágiles que somos y de lo valioso del equilibrio del que gozamos día a día sin prestarle demasiada importancia.
Un libro realmente fabuloso, sumamente interesante, profundo, y que capta tu atención desde la primer locura.
Comparto aquí un poco del segundo caso, sobre un hombre que perdió todos sus recuerdos posteriores a 1945, y no podía conservar nada después de unos minutos de haber sucedido. Sacks lo atendió a mediados de los 70’s, siendo un hombre viejo, que creía ser un adolescente pero que al mismo tiempo cada minuto se descubría fuera de lugar y sin apego alguno. Me conmovió de manera especial.
Besos desconcertados
A.
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Ustedes creen que tiene alma?» les pregunté una vez a las monjas. Se escandalizaron con aquella pregunta, pero entendían muy bien por qué se las hacía. «Vaya a ver a Jimmie en la capilla», me dijeron, «y juzgue usted mismo»

Lo hice y quedé conmovido, profundamente conmovido, impresionado, porque vi entonces una intensidad y una fiereza de atención y de concentración que no había visto nunca en él y de la que no lo había creído capaz. Lo observé un rato arrodillado, le vi comulgar y no pude dudar del carácter pleno total de aquella comunión, la sincronización perfecta de su espíritu con el espíritu de la misa. Plena, intensa, quedamente, en la quietud de la atención y la concentración absoluta, entró y participó en la sagrada comunión. Estaba plenamente fijado, absorbido por un sentimiento. No había olvido, no había síndrome de Korsakov entonces, ni parecía posible o concebible que lo hubiese; porque no estaba ya a merced de un mecanismo defectuoso y falible (el de las secuencias sin sentido y los vestigios de memoria) sino que estaba absorto en un acto, un acto de todo su ser, que aportaba sentimiento y sentido en una unidad y una continuidad orgánicas, una continuidad y una unidad tan inconsútiles que no podían admitir la menor quiebra.

Era evidente que Jimmie se encontraba a sí mismo, encontraba continuidad y realidad en el carácter absoluto del acto y de la atención espiritual. Las monjas tenían razón: allí hallaba su alma. Y la tenía Luria, cuyas palabras recordé entonces: «Un hombre no es sólo memoria. Tiene sentimiento, voluntad, sensibilidad, yo moral... Es ahí... donde puede usted conmoverlo y producir un cambio profundo». La memoria, la actividad mental, la mente sólo, no podía fijarlo; pero la acción y la atención moral podían fijarlo plenamente.

Pero quizás «moral» sea un término demasiado limitado... porque en aquello se incluían también lo estético y lo dramático. Ver a Jimmie en la capilla me abrió los ojos a otros campos donde se convoca al alma y se la fija y apacigua en atención y comunión. La música y el arte provocaban la misma intensidad de atención y de absorción: comprobé que Jim no tenía ningún problema para «seguir» la música o piezas dramáticas sencillas, porque cada instante de música y arte contiene otros instantes, remite a ellos. Le gustaba la jardinería, y se había hecho cargo de algunas tareas en nuestro jardín. Al principio el jardín le parecía nuevo todos los días, pero por alguna razón acabó haciéndosele más familiar que el interior de la Residencia. Ya no se sentía perdido o desorientado en el jardín casi nunca; yo creo que lo estructuraba basándose en otros jardines amados y recordados de su juventud en Connecticut.

6 comentarios:

Perro Laico dijo...

Este libro me gustó.

Conecté demasiado con la frustración del cambio y no entender bien a bien todo lo que te circunda, yo tuve broncas de morro, déficit de atención y mamadas clínicas. Está chido, léanlo.

Anónimo dijo...

Me alegra que alguien haya sabido conjugar y encontrar el frágil equilibrio entre amor al conocimiento y humanismo. Sí, cuán frágil es la homeostasis... cuán complicados los mecanismos para regularla...
Qué bien que te haya gustado.

Anónimo dijo...

(..) Nosotros no somos Gedeón observando a sus soldados beber del pozo. Limitándonos a mirar no vamos a llegar a ninguna parte. No encontramos a Hamlet ni a Fausto, no determinamos lo correcto y lo equivocado ni el valor de los hombres haciendo pruebas de albúmina o examinando fibras en un microscopio. (Fe de erratas: era un río, no un pozo... hasta el Club de Dante se equivoca).
Lapsus dudans ¿Acaso no es significativo que Yahvé le haya dado la victoria a Gedeón con 300 hombres? Jo.

A dijo...

No se por que dirian que era un pozo, no me imagino a 5 tipos agachados sino jalando una cuerda para subir un cubo...o algo asi.

300 hmmm oh si!

Besos sudados
A.

Anónimo dijo...

De los escasos eventos biblícos narrados que recuerdo se encuentra ése: cuando los hombres del ejército de Israel beben del río, y sólo los que permanecieron vigilantes (los que no se inclinaron a beber directamente de la fuente, sino llevando el agua a su boca con las manos)son los elegidos para la batalla. Existen varios detalles erróneos en el Club Dante. Mejor me quedo con el DA original.

Bar dijo...

Y del título de este libro se desprende una pieza epónima de Michael Nyman, una chulada.

Besos melómanos

Ironía, sarcasmo, humor negro, sexo, amor y desamor, cine, libros, música, mujeres, locura, amargura y cosas peores