martes, 16 de octubre de 2007

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Las pláticas de su ministro, si bien superaban en contenido a las de cualquier persona que ella conociera, tampoco capturaron su atención por más de unas semanas, que fue lo que tardó en comprender su doctrina a fondo, aun así ella permanecía quieta en uno de los asientos, dándose un banquete espiritual, ya no con los repetitivos discursos sobre la bondad y el perdón, sino con la nutrida sopa de elementos que provenían de los asistentes piojosos y hambrientos.

Amplío su ya de por si vasto conocimiento de las miserias humanas, y aunque la codicia abundaba, no era mayor que en las reuniones de negocios en la sala de su familia, quizá solo cambiaba –un poco- su naturaleza, aquí cualquiera habría matado por obtener la sonrisa de un patrocinador, lo mismo que por una porción de avena, y aunque las cantidades de alimentos siempre fueran suficientes, todos los presentes estaban listos para comer mucho mas de lo que su cuerpo podía ingerir. Así fue que ella vio por primera vez a personas que se provocaron vomito por exceso de comida, con el único objetivo de seguir comiendo, y encontró que estos eran los mas sinceros, éstos y no otros, éstos, que obedecían sin cuestionar a su cuerpo, a sus necesidades básicas, que eran al mismo tiempo mas simples y por lo tanto, había menos que ocultar, no tenían interés alguno de parecer sofisticados, importantes, o especiales, éstos y no otros, eran los pobres de espíritu que algún día serian bienaventurados y sintió simpatía por ellos, lo mismo que desinterés, la sangre de ninguno de ellos podría hacerla mas grande, no eran superiores o diferentes a los conejos que robaba, o a las aves que (cada vez con mayor maestría) cazaba.

Nekane dirigió sus ojos a las diaconisas, poseedoras de secretos, misteriosas, envueltas en un halo de misticismo irresistible para ella, y a los ministros, que abrían la boca y los demás callaban, que tenían la autoridad de hacer creer hasta -lo que ellos no creían- a cualquiera de los mas sencillos, y nació la ambición por ese poder del cual ellos eran portadores sin saberlo, y los detestó por no desarrollar sus dones, su poder, su magia, la que codicio más que ninguna cosa, y juntamente a la codicia nació otra vez el hambre que el olor de Tahir despertaba. Y se preguntó de qué extraña suerte se valdría para llegar pequeña e insignificante a la piel tibia de los que deseaba.

En los ojos de los hombres jóvenes, Nekane descubrió que no era hermosa, y que la manipulación que fácilmente ejercía en su casa, a siervos y señores, era imposible sobre los que no tenían su apellido, sintió la mayor desventaja cuando tres o cuatro machos jóvenes tropezaron con ella en el afán de alcanzar a Lavinia, apenas un año mayor que ella, pero más alta, de pelo castaño que se columpiaba en sus hombros al caminar. Nekane sintió calor en la garganta, y como experta cazadora, se mantuvo a distancia considerable, observando lo que sucedía. Lavinia abría los ojos y sonreía mas de la cuenta cuando los machos la observaban, jugaba con el pelo, sacudía las manos, en general, se mantenía en movimiento, ellos estaban absortos en los gestos y las palabras de Lavinia, se veían dispuestos a hacer lo que ella pidiera, se veían deseosos de hacer lo que ella pidiera; después de unos minutos, Lavinia caminó hacia la plaza y como abejas a la miel, los machos iban tras ella.

Las innumerables noches observando insectos de jardín, aprendiendo a aislar los sonidos basura de los sonidos originados de la vida le fueron de utilidad, ya que sin tener que hacer esfuerzos, Nekane recibía cada onda sonora salida de la boca de Lavinia, así escucho cómo pidió a sus amigos que la dejaran sola para llegar a casa de su instructora, y cómo le pidió a su amigo especial, el moreno, que la esperara detrás del sauce viejo. Ellos hicieron lo que Lavinia ordenó, se dieron la vuelta y caminaban lentamente, hablando sobre ella y riendo de manera estúpida, cuando pasaron junto a Nekane, ninguno volteo a verla; Nekane ardió, cogió un hueso de durazno que estaba en la tierra y lo arrojo a ninguno en particular. Ellos voltearon a verla, y sin decir nada, siguieron de inmediato su camino, ella maldijo por dentro y entonces escucho por primera vez a lo que llamó la voz de los árboles.

‘debes murmurarlo’

Murmurar ¿qué? - preguntó ella en voz alta-

‘maldecir en silencio no te funcionará…todavía…’ dijo un árbol

‘maldice en un murmullo’ dijo el otro, y Nekane sonrió.

Caminó por entre los puestos de la calle siguiendo el rastro de los dos que se encontrarían en el sauce viejo, había casi un kilómetro de distancia, pero ella podía verlos sin que estorbara el gentío, conforme se alejaba de la plaza, el ruido de voces humanas disminuía, y ahora, las voces de los árboles aumentaban, no solo en intensidad, sino en numero, le pareció que cantaban, le pareció que le daban una bienvenida, que estaban esperando por ella, que este sería un gran día. Y a cada paso, la euforia dentro suyo se hacía mas grande, sintió su corazón, y cada latido, su propia carne se percibía menos fría y recordó cada lagrima que había bebido, cada gota de sangre también, y se sintió mas fuerte, preparada para algo que aun no tenía claro, pero irremediablemente habría de suceder. Y ahí los vio, ella recargando la espalda sobre el árbol, él parado frente a ella, recargado sobre el mismo tronco con un brazo y acariciando su barbilla con la mano libre. El calor de esos cuerpos llegaba hasta Nekane, y dio dos pasos más cuando Lavinia dejo de reír a causa de la cara de su amigo sobre su boca, contempló como él ofrecía su saliva, como ella accedía y su piel se hacia mas rosa. Nekane ambicionó la saliva, y caminó a ellos sin miedo de ser escuchada, las pisadas sobre las hojas secas hicieron que los amantes reaccionaran separándose en un solo movimiento, pero bastó un segundo para que el miedo se convirtiera enojo en la cara del joven.

¿Qué haces aquí niña?

-dame-tu-saliva - salió de la boca de Nekane, sin expresión clara.

Lavinia comenzó a reír burlona y pidió al joven que se fueran de ahí tomándolo de la mano; A paso rápido rodearon a la niña desconocida dispuestos a regresar a la plaza, para su sorpresa, la figura debilucha los alcanzó en un movimiento, y tomó a Lavinia por la cabeza, quedándose con un mechón castaño entre los dedos. Los chillidos que Lavinia lanzaba desde el suelo no ayudaron al desconcierto del joven, aunado a la extraña visión que tenía ahora delante de si. La niña desconocida, delante de sus ojos murmuraba algo, apretando el mechón contra su pecho, y ahí, su pelo negro se volvió castaño, su cuerpo embarneció, su rostro en cambio era el mismo, y luego, escuchó su voz.

-dame-tu-saliva-

Había algo seductor y tétrico en el aire que el joven no podía definir, caminó como autómata hacia ella, cerró los ojos y sintió como en un sueño, el calor del seno de su madre, se perdió en algo parecido a un abrazo que lo envolvió en un sitio atemporal, no sabía si era de noche o de día, y el bienestar que encontró, era mayor que nada que conociera hasta entonces, quiso permanecer ahí mismo para siempre, y no morir.

Nekane se soltó del macho, miró a la hembra que lloraba con la cara al piso, y caminó hacia el sauce viejo; le habló, agradeciéndole por ese don, y por ese hombre, el árbol respondió en un lenguaje que ella no había escuchado antes, pero conocía, y le pidió a cambio un favor, ella acepto y se retiro de ese sitio, con su misma apariencia, pero con más sabiduría, toda la que podía ser tomada de 3 generaciones de médicos, -padre, abuelo y bisabuelo- del hombre que ahora se columpiaba sobre su cuerpo, sentado a las afueras del bosque.

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